viernes, 30 de mayo de 2008

415 - Polis - Carta abierta a la izquierda alternativa - Rossana Rossanda

Rossana Rossanda es una escritora y analista política italiana, cofundadora del cotidiano comunista italiano Il Manifesto. Acaban de aparecer en Italia sus muy recomendables memorias políticas: La ragazza del secolo scorso [La muchacha del siglo pasado, Editorial Foca, Madrid, 2008]. Rossana Rossanda es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO, de dónde tomamos este artículo que permite una lúcida visión de la realidad política italiana, además de posibilitar la adquisición de un lenguaje-habla dialéctico, lejos de la retórica inútil. red


Se puede entender que, tras el batacazo, la ex-Izquierda-Arcoiris se sienta mal. Mal debería también sentirse el PD, puesto que la pretensión de arrebatar votos al centro ha fracasado; pero su líder es inoxidable y se amista con Berlusconi, porque lo que urge por lo pronto a ambos es el reconocerse mutuamente como únicos interlocutores válidos. En cambio, para la Izquierda-Arcoiris no hay consuelo posible. Su desaparición del parlamento ha destrozado el proyecto de reamalgamar las izquierdas residuales, y el hecho de que éstas lo estén pasando mal, yéndose cada una por su lado, demuestra que el proyecto era, en verdad, frágil. Lo que no resulta comprensible es que apenas se pregunten por los motivos del fracaso. Todos se lamentan de no haber sido entendidos, o de no haber conseguido hacerse entender; se tira al blanco contra los grupos dirigentes, exigiendo dimisiones, y se presentan, incluso, dimisiones que nadie ha pedido. Descubren de consuno la sopa de ajo, es decir: que la Liga [Norte] ha arraigado en el territorio, mientras que en nombre de la modernidad lo han fiado ellos todo, más a la televisión que a la frecuentación de aquellos a quienes se solicitaba el voto.
En convulsión se halla sobre todo Refundación [Comunista] : ¿por qué, la muy desgraciada, tuvo que participar en el gobierno? No tendría que haber entrado, se dice; debería haberlo apoyado desde fuera. No veo qué habría cambiado: o votaba una y otra vez las leyes del gobierno, renunciando a aportar desde dentro incluso lo poco que consiguió introducir, o no votaba con el gobierno, y el gobierno habría caído entre un estrépito de voces clamando contra la “irresponsabilidad” de la izquierda. Como en 1998. No fue sino tras esa ruptura, que Refundación Comunista empezó a crecer. ¿Y ahora? Se está dividiendo en torno al dilema: ¿mejor reforzar la propia identidad, o contemplar un sujeto más amplio? (En el bien entendido de que quien defiende la primera opción apunta más a lo “social”, mientras que quien defiende la segunda apunta sólo a lo “político”.) ¿Mejor ir al Congreso con una única tesis enmendable, o con dos o más tesis? ¿Quién quiere la unidad, y quién la ruptura? Y son legión los sospechosos.
El PdCI [partido de los comunista italianos], en cambio, se quita el problema de encima con la convicción de que, si hubieran mantenido el símbolo de la hoz y el martillo, infaustamente sacrificados a la coalición de Izquierda-Arcoiris, les habría ido mejor. La izquierda de Mussi se acoge al hecho de haber movido pieza demasiado tarde. Los Verdes piensan que se puede tratar con el PD sobre la base de un ecologismo que no toque la propiedad, à la Al Gore. Y así sucesivamente. Como digo, se puede entender. Lo difícil es que la cosa nos apasione.
Y sin embargo, todos hemos sido golpeados. Ha sido una tempestad, agravada por la ley electoral, pero no imputable sólo a ésta. Ningún país de la Europa occidental se halla en nuestra situación, con toda, propiamente con toda, la derecha en el gobierno, y con los sedicentes “reformistas” que vienen a desplazar al movimiento obrero entero y a los “sujetos radicales”. ¿Por qué hemos llegado a tal punto? ¿Qué ha pasado en Italia?
Nos cuesta mirarnos a la cara. En tiempos del partido con peso, cada sección escrutaba los resultados de su barrio, sede a sede, y no eran solamente cifras, sino caras, empresas, comercios, jóvenes, mujeres, trabajadores, desocupados o jubilados, calles: las cifras, lo que daban era la medida de nuestra participación o de nuestra ausencia. Se buscaba dar razón colectiva de las variaciones registradas. Hoy, ese trabajo lo hace solamente [el analista político] Ilvo Diamante. Ocurre, entonces, que Berlusconi y Fini hablan ante un desierto Coliseo, pero toman Roma, y Veltroni reunió a un montón de gente, pero la perdió. El último trecho de los comicios no sirve para convencer; se juntan los ya convencidos. La persuasión vino antes, vino del contacto con las vidas concretas, con las esperanzas e inquietudes, no sólo hablando, sino escuchando a la masa de descontento y dolor que discurre por las sociedades opulentas. ¿Quién la escucha? ¿Y cómo transmitirle otra idea de sí propia? Contra la consigna de MacLuhan, el “medio es el mensaje”: las izquierdas fantasearon con que bastaba ofrecer el espectáculo de una confrontación de ideas en pantalla, en vez de vivirla.
Eso es siempre un error, pero es increíblemente estúpido en tiempos de rápida mutación de las figuras sociales. Si ya no existe el agregado de la fábrica; si calles y plazas no son ya punto de encuentro –de lo que se beneficia la iglesia—; si las relaciones se anudan sobre todo vía portátil o blog; si los asalariados andan dispersos por el precariado, o desocupados a causa de la deslocalización, o convertidos en patroncitos “autónomos” en una muchedumbre de empresas de dos personas; si todo eso pasa, es que los lazos colectivos se han deshecho, y las cifras tienen entonces un sentido muy otro. El Popolo delle Libertà [de Berlusconi y Fini] no tenía sino que sumarse a la tendencia, mimando los egoísmos de los habientes (menos impuestos, federalismo fiscal para que cada quién se quede con lo suyo) y proyectando la inseguridad de los desdichados sobre el inmigrante (delincuente) o sobre el estrato político (gobierno, ladrón), no sobre la “modernización” y la “competitividad”. La incertidumbre sobre el mañana se tornasolea en inseguridad física: no importa que hayan disminuido los actos de delincuencia, el miedo aumenta. Lo poco espanta y lo mucho amansa: es el pequeño delito lo que genera angustia; los grandes crímenes no asustan. Los diarios titulan de modo harto diferente, cuando lo ven, el estupro doméstico y el perpetrado ayer por el albanés, hoy por el rumano. Los alcaldes cultivan la xenofobia.
¿Y la izquierda, a todo eso? También parte de ella ha tratado con mimo indulgente el “malestar septentrional” (defenderse de los impuestos), como, en su tiempo, defendió en el sur el abuso inmobiliario. Ahora vacila en llamar pogroms a las excavadoras de Veltroni o de Moratti y a los asaltos de los napolitanos, féminas machos, a los campamentos nómadas. Y estará a favor, se admiten apuestas, del federalismo fiscal.
Hay, de hecho, modos y modos de mirar a la “gente”: o se trata de hacer de la plebe un pueblo, lo que sería tarea de la izquierda, o del pueblo, en cambio, una suma de individuos egoístas (si propietarios) o plebeyos (si desdichados), la tarea propia de la derecha. En una sociedad que se habla a sí misma sólo en los estilemas del mercado, las elecciones confiesan idiosincrasias o esperanzas de salvación/beneficio personal.
Así, según creo, ha ocurrido que tenemos al secesionista Bossi reescribiendo las fronteras de la República, al Cavaliere gobernando finalmente Italia como una empresa, y a los neofascistas, en el gobierno, en la presidencia de la Cámara y en el Campidoglio [la alcaldía de Roma]. Eugenio Scalfari nos asegura que no importa, porque ya no podemos declarar guerras ni deportar judíos. Que la guerra, de hecho, sólo puede librarse a través de la OTAN, y que [el neofascista] Fini es el líder que más simpático resulta a la comunidad judía romana. Que son sólo racistas, antisindicalistas, antipensionistas, enemigos del gasto en la escuela y la sanidad públicas, hostiles a la fecundación asistida y a la ley 194 [del aborto]. Si el fascismo común y corriente forma, pues, como si dijéramos, parte de la casa, el antifascismo no sirve ya para nada, y la Constitución, nos anuncian, será cambiada.
Que se me demuestre que no es verdad. Pero, ¿por qué han ido así las cosas? ¿Es posible que la izquierda alternativa, o su rama principal, Refundación Comunista, no se proponga una lectura del modo en que hemos cambiado, que no comprenda que no llegará a nada sola, que no invite a definirla a quien está fuera de las Cámaras, a quien ha sido echado de ellas, o a quien se avergüenza de participar en las instituciones? ¿Por qué no se invita a otra cosa que a asistir a un ajuste de cuentas entre bertinottianos y ferrerianos, que es sólo asunto de ellos?
Yo estoy convencida de que no se construirá un nuevo sujeto político dentro de los muros de un partido, un partido, encima, perdedor. Y de que sólo podrá lograrse un sujeto político que esté a la altura de la derrota sufrida, si se es capaz de dar cuenta y razón de lo que ha significado concretamente la mundialización para nosotros, cortados de y aun salpicados por nuestra propia historia, pero obligados, a fin de cuentas, a bailar al son de la música planetaria. Si no somos capaces de verlo y de hacerlo ver, no se hace, creo, sino generar engañosas ilusiones. Como el compañero di Giano, quien me escribe protestando: “Pero, ¿qué es eso de hablar de China? China está lejos; en cambio, si tuviéramos mejores dirigentes, lo resolveríamos todo”. ¿Lejos, China? ¿Es por casualidad, entonces, que el mismo jersey pueda comprarse en la plaza Vittorio cinco veces más barato que en la calle del Corso? ¿Que nuestra industria textil cierre y reinventemos las aduanas? ¿Y cuando la Fiat tenga enfrente, no el modesto auto indio de 800 euros, sino un auto europeo de 2.500 euros producido por mano de obra fuera de nuestras fronteras? ¿Qué son, sino mundialización y financiarización, es decir, especulación más o menos clamorosa, la multiplicación por diez del precio del petróleo y los manejos que andan tras el precio del arroz?
Recíprocamente, sin entender los vínculos y lazos aquí operantes, la consigna “pensar globalmente y actuar localmente” se traduce en un limitarse a la propia provincia y al propio problema, y lo que comunica es desaliento. El extraordinario empuje del voluntariado, lo mismo que el movimiento por la paz: el uno se bloquea por la vía de la asistencia cristiana, el otro se hace desvanedizo en una protesta frustrada.
Lo que a mí, vieja comunista, más me duele es la soledad del trabajo dependiente asalariado, precario o perdido. Todo el planeta ha sido puesto a trabajar para el beneficio, hombres y cosas, brazos e inteligencia; la naturaleza, reducida a fosa de la que se extrae hasta el agotamiento, y la agricultura, amenguada para generar bioenergía. Nunca ha existido una masa asalariada tan gigantesca, y sin embargo, se hacen chanzas a su respecto, como si se tratara del último soldado japonés que seguía combatiendo muchos años después de terminada la guerra. Las palabras de Rinaldini en este mismo periódico (14 de mayo) me parecen incontrovertibles, pero a la mayoría de los hombres lo que les oigo decir es que “el obrero se ha extinguido”, y a la mayoría de las mujeres, que la izquierda, estupidizada por el economicismo, se ha ocupado demasiado de ellos. ¡¿Demasiado?! ¡Si lo que han hecho es soltar casi todo! La CGIL [la principal central sindical italiana] trató denodadamente de salvar el gobierno [de centroizquierda], y ahora, junto a los otros sindicatos, la CISL y la UIL, se muestra completamente de acuerdo con el PD y lo que busca es un diálogo con Berlusconi y Marcegaglia.
Si no conseguimos encontrar una visión común del cuadro que tenemos enfrente, de sus tendencias y de sus contradicciones macroscópicas, no construiremos nada a la altura de la situación en que estamos. Hubo improvisación en el intento hacer de la Izquierda Arcoiris, más que una coalición electoral, un sujeto político. Pero lo que se precisa es una trinchera política, una alternativa política, si no queremos sumarnos también nosotros a la proclamación del fin de la historia. ¿Por qué no nos damos tiempo y formas para volver a ponerla en pie? ¿Por qué –no me privaré de tocar esta tecla— nuestro periódico no se pliega a esta urgencia, en vez de limitarse a la crónica del desastre? ¿Por qué Refundación Comunista no se apresta a ver en eso su función? De forma ordenada, sin garrulería, sin concesiones al desahogo atolondrado ni a las “fábricas” de programas, buscando por lo pronto mínimos denominadores comunes.
Es, éste, un trabajo inmenso, que requiere tiempo, muchas fuerzas que no tiene ella misma, nada de demagogia, capacidad de mantener juntos los hilos, de verificarlos continuamente en las acciones. En lo social y en lo político, más que nunca entrelazados –la derecha lo demuestra— .Y lejos de caprichos. Y lejos de la mera espontaneidad. Estamos atomizados y somos infelices; la sociedad civil no es mejor que la política, se reflejan especularmente. Conseguiremos finalmente sacudirnos de encima las cargantes lamentaciones y las no menos cargantes nostalgias del partido, sólo si, ahora, bajo la bota y de espaldas al muro, conseguimos juntarnos en un trabajo común de indagación y propuesta, a tiempos fijos y no vagos, continuada y no intermitentemente, en lugares no precarios, con acciones medidas y extendidas a los plazos corto y medio. Las formas del estar juntos nacen del hacer y en el hacer. El gobierno está ya lanzado a la ofensiva, no podemos permitirnos el error. Una identidad no consiste, desde luego, en reempaquetar el pasado (por otro lado, nunca revisado de manera verdaderamente genuina), sino en leer el hilo, o en recoger los hilos, del presente, exponiéndose a interpretaciones y propuestas, ordenando y sosteniendo con severidad, y todos de consuno, el telar. Sí, con severidad; es decir, no demagógicamente, no arrogantemente, no apresuradamente. No cerrando, no escurriendo el bulto, no poniendo entre paréntesis. Exponiéndose. Si se nota que Refundación Comunista se apresta a medirse con esos desafíos, confirmará que existe. Que cuenta. Que ha aprendido y digerido. Si no, francamente, ¿qué nos importa su Congreso?

Traducción para
www.sinpermiso.info: Leonor Març

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