lunes, 3 de marzo de 2008

402 - Tendencias - Notas de Fernando Caputi DOS

La grandeza de 300 espartanos, el fútbol glorioso

Cada vez que se da la oportunidad, mi hijo Danilo propicia conmigo un completo y descarnado intercambio informativo sobre fútbol, innata pasión heredada que ha conservado intacta en su valija de emigrante los nueve años que residió en Brasil y los 23 que lleva en México.
Opina con agudeza, la misma que siempre demostró pegándole a la pelota desde muy chico en Montevideo, cultivó en São Paulo –adolescente, en la Olimpíada de los Inmigrantes armaba y definía jugadas junto a un ya veterano pero magistral Pedro Rocha, sin omitir el combate al estilo Darío Pereyra, a quien observaba in situ domingo a domingo–, muestra como amateur en Monterrey hasta donde sus meniscos a contramano se lo permiten, y, aunque no lo confiese, sueña con detectar en su primer descendiente varón, de pies inquietos y un mes de nacido.
Danilo me presta el video de “300”, un tajante y rudo filme canadiense sobre la heroica resistencia de Esparta a las invasiones del sometedor imperio persa.
“Sería bueno que lo vieran los jugadores de la actual selección uruguaya”, reflexiona. Sin que se haga necesario explicitarlo, alude al imponente contrapunto existente entre el áureo medio siglo de glorias celestes por las que, sin haberlo vivido, siente orgullo, y lo que vino después, casi totalmente desprovisto de aquella garra, palabra incorporada al léxico lusobrasileño en 1950.
Y es que la gesta griega se sustenta en una sublime, superior determinación, primero individual y por ósmosis colectiva, frente a la adversidad de cualquier aplastante poderío adversario, y la fe –en uno mismo, no me vengan con religión– en doblegar lo teóricamente imposible con coraje inagotable, como a diferencia de otros uruguayos de su generación y siguientes, mi hijo bien sabe que ocurriera en Maracanã.
La película es de película y, en verdad, podría ser tanto o más estimulante que dólares y euros en futbolistas transferidos al Exterior y retornados al país para coyunturas que en general los presentan por entero desarraigados.
Pero de igual manera le cae de medida a directores técnicos, por más maestros que se les denomine, para tentarlos a recuperar la mejor esencia de nuestro hazañoso pasado deportivo, que no está muerto sino apenas hibernando, y encender con decisión, confianza y amor propio a planteles tan faltos de motivación que no pasan de poblar anodinas zonas intermedias de sus campos de batalla, buscando empates que acaban significando derrotas.
La comparación de los tiempos prueba que, en un sentido amplio, la mitología no excluye pasados recientes. Hobby que obsesiona y en esta ocasión me induce a situar el cambio de mentalidad futbolera, ya advertible bien avanzada la década de los 80, en una actitud coincidente, la de festejar sus cada vez más escasos goles de manera payasesca, ensayada durante la semana.
Fue así, pienso yo, que se fue considerando secundario intentar fintas y perfeccionar otros fundamentos como el de saber manejar la pelota, globalizándonos en festejos tontos de cuño circense y, en lo formal, poco varoniles.
Como si la estampa rebelde de guapo del 900, que con fecundidad transitara buena parte del siglo XX por bares y cafés de hacha y tiza, nos la hubiesen permutado en antagónicos sucedáneos, mal llamados boliches –como si dieran continuidad a aquéllos– o pubs, de filosofía más salsera que de tango.
Bajo ese enfoque no consigo imaginar a Matías González, Obdulio Varela o Schubert Gambetta bailoteando como gráciles duendes de ballet en torno al banderín del córner tras el gol de Edgardo Alcides Ghiggia.

Fernando Caputi (22.1.08)

A CIELO ABIERTO

Cigarrillos en la canasta familiar de Iemanjá

Cuando el tráfico de esclavos que lo pobló, como intacto matute Brasil recibió el candomblé de umbanda, que sus gobiernos de raza blanca persiguieron con denuedo, policía mediante, hasta la década de 1940. Allí, de los clandestinos terreiros (locales de culto fetichista afrobrasileros como macumba y candomblé) comenzaron a trascender unos veintitantos orixás (dioses) con las mismas buenas o malas pasiones del ser humano y en virtual equivalencia –por ejemplo, entre Ogum-Marte y Xangó-Júpiter–, con el Olimpo romano.
En esa especie de gabinete ministerial de la naturaleza, las carteras de fertilidad y cosechas fueron suprimidas de entrada en los quilombos (escondrijos de negros fugitivos, donde como escuela de defensa personal naciera la capoeira), porque no era cosa de generar hijos también esclavos ni multiplicar riquezas de expoliadores señores del café y coroneles de otras pingües agroindustrias.
Por fin, el candomblé terminó por asomar a la luz del día en simultáneo con la “apertura” política de João Baptista Figueiredo (1979/85). El propio presidente invitaba a almorzar en Planalto, junto al cardenal primaz Avelar Brandão Vilela, a la mae-de-santo (sacerdotisa) Olga Régis de Alaketo, y se supo que el mandatario consultaba de oficio los problemas de Estado, por teléfono directo, con otra mãe, María Escolástica de Conceicão Nazaré, la Menininha do Gantois, la que en Bahía de todos los santos el devoto cronista-escritor Jorge Amado sitúa “por encima de toda y cualquier divergencia política, económica o religiosa”.
La hiperañeja Menininha encarnaba la fusión –ya en pleno andamiento– con la religión católica que de paso aseguraba profesar, y a despecho de la incurable elefantiasis que padecía, se declaraba hija de Oxum, vanidosa divinidad faceira (elegante y seductora) representada con un espejo en la mano.
Por entonces, los ritos ganaban la calle. A metros de cada terreiro, era más que casual que apareciera una santería donde adquirir insumos para serviços (actos religiosos) o trabalhos de sapa (acciones ocultas contra alguien), y en los cruces de calzadas o caminos, salvo ciertos extranjeros sureños, quienes guiaban vehículos esquivaran generosas macumbas (palabra también referida a una ofrenda ritual de origen mixto candomblé-espiritismo) en muestra de respeto y/o temor.
En la plantilla, aunque no siempre en planilla, desde siempre todo club de fútbol del país campeão do mundo alista pai-de-santo que se precie o, al menos, un especialista en trabalhos sucios contra equipos rivales. Que en los 60 el Náutico obtuviese seis títulos casi seguidos en Pernambuco se atribuía a su asalariado Pai Edú de Recife. Pero le receta no tiene garantía. El golero João Leite contrató un servicio que le permitiera debutar invicto como profesional en Atlético Mineiro, sufrió siete goles y optó por convertirse en pastor bautista y propulsor del conocido grupo Atletas de Dios.
Explicada en Brasil como “fenómeno natural”, la nueva religión prescinde del concepto cristiano de pecado salvo en cuanto a omitir tributos alimenticios o inmolar animales para asegurar protección de orixás. Sincretizado con Nossa Senhora da Conceição, el fenómeno se introdujo en Uruguay como producto global de exportación con cada vez mayor presencia de fieles y ansiedad. Tanta que en este 2008, en Montevideo adelantaron de hecho 24 horas la fiesta-ofrenda del 2 de febrero (Día que la iglesia prescribe como de la Candelaria).
Rebosante canasta alimenticia sometida a los caprichos del mar, que al depositar esa resaca en la orilla, entre restos de barquitos en isopor, flores, frutas, gallinas y pop acaramelado devolvió cajillas de cigarrillos que la diosa no llegó a consumir aunque se presuma que su reino no es local cerrado.

Fernando Caputi (11.2.2008)

PRONTUARIO DE CIUDAD VIEJA (1)

Gronardo, multipionero informante de Zabala

Español pero sudaca rioplatense por adopción, el práctico de puerto Cap. Pedro Gronardo comenzó por guiar embarcaciones salidas de Buenos Aires entre bancos de arena o lodo y restos de naufragios, cruzando el estuario con tal asiduidad que de todo se enteraba en ambas orillas.
Así, puesta su atención de este lado y en tanto multiplicaba su economía personal con la cría y explotación ganadera en Los Cerrillos, de primera mano advirtió sobre la ocupación lusitana de la península de Montevideo al gobernador Bruno Mauricio de Zabala, quien ipso facto procedió a desalojar a las fuerzas del colonizador competidor, abriendo el proceso fundacional (1724/30) de esta ciudad capital.
Entonces, con muros de adobe crudo y techos en cuero, en la banda oriental Gronardo instaló su hábitat y, en sociedad con Jerónimo Eustache –de poco ortodoxo apodo El Pistolete–, el primer comercio de la incipiente comunidad para, desde un mostrador con rejas de protección a la manera de las actuales farmacias de servicio nocturno, despachar telas, hilos y botones, pañuelos de seda, medias de lana, camisas, calzones, sombreros, zapatos, cubiertos, tijeras, navajas, espejos, peines y peinetas, jabón, aceite, yerba, tabaco y aguardientes. Mercadería de ramos generales que su íntima vinculación con navegantes transoceánicos le facultaba a importar bajo requisitos (in)formales propios de la época.
Dada esa circunstancia, nunca desestimó su profesión de práctico portuario, en cuyo ejercicio una explosión accidental a bordo de cierta nave británica lo mató el 19 de enero de 1727.
Pero ya ampliada, la Casa de Gronardo –a pasos del Puerto Chico y anexa a aquella pulpería precursora (El Hacha es posterior)– se convirtió en el primer edificio público, por cuanto alojó al Cabildo de Montevideo (1730/34) que el propio Zabala, gobernador concurrente, designó e instaló.
En sus actuaciones subsiguientes, el cuerpo oficializó un nomenclátor con calles identificadas por la mera costumbre pueblerina, como De la Frontera (Piedras), De la Fuente (Cerrito), De la Cruz (25 de Mayo), Real (Rincón), De la Carrera (Sarandí), Del Piquete (Buenos Aires), De Afuera (Reconquista), De Gallo (Zabala), Traviesa (Misiones), Del Puerto Chico (Treinta y Tres), De la Iglesia (Ituzaingó), Del Medio (Juan Carlos Gómez), Calle Entera (Bartolomé Mitre) y La Media Calle (Juncal).
Más que en textos específicos de historia patria, este actor multipionero de la génesis oriental y, en los hechos, providencial agente de inteligencia a espontáneo servicio de la corona española, es recordado siglos después mediante la demominación Pedro Gronardo de 16 cuadras en Pueblo Ituzaingó, entre el Hipódromo y las Avenidas Gral. Flores y José Belloni (en Nomenclatura de Montevideo, Alfredo Castellanos traza su ajustado perfil). Y en un folleto sobre Cambadu impreso en 1996, la pulpería de Gronardo & Eustache encabeza una lista simbólica e intemporal de venta minorista, “pequeño mojón de servicios, un puerto chico en el mar urbano,... un nudo más en la trama siempre cambiante de la ciudad”, según la visión retroactiva del propio Centro de Almaceneros Minoristas, Baristas y Afines del Uruguay.

Fernando Caputi (11.2.2008)
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PRONTUARIO DE CIUDAD VIEJA (2)

El mecenazgo en complementación de España y Chipre

Donde a comienzos del siglo XVIII tuvo asiento la choza casi primitiva de Pedro Gronardo –práctico de puerto, ibérico James Bond informante de Zabala, ganadero y pulpero figurante en los anales de Cambadu como titular del primer comercio minorista de Montevideo–, en el tiempo y con la debida mampostería creció un edificio de planta alta.
Allí (Treinta y Tres 1541 casi Piedras), como lo hiciera el primer Cabildo de Montevideo cuando la localización era invocada mencionando “calles del Del Puerto Chico casi De la Frontera”, la ya anciana casona alojó a la Fundación María Tsakos, hoy en traslado a Br. Artigas y Maldonado. Pero el inmueble sigue activo como sede del Consulado de Chipre.
De modo que la comunidad chipriota ya aparecía vinculada al patrimonio del pasado uruguayo cuando el 23 de noviembre de 2007 su cónsul general honorario, Panagiotis Tsakos, hijo de María Tsakos, ensanchó ese marco de referencia con nuestra historia al adquirir en el mejor postor, U$S 3.300.000, la mole del Gran Hotel Nacional o de la Victoria, inaugurado inconcluso y de apuro en 1890.
Concebido al máximo lujo imaginable por quien fuera el portentoso emprendedor español Emilio Reus (muerto en la indigencia un año después), terminaba así de vegetar el colosal inmueble sito en el cuadrado formado por calles Piedras, Cerrito, Juan Lindolfo Cuestas e Ing. Monteverde. Sin nunca funcionar como hotel, en 117 años sus salas suntuosas tan sólo habían sido parcial y provisoriamente usadas como aulas de Enseñanza Secundaria y Preparatoria o diversas facultades universitarias estatales.
Panagiotis Tsakos es accionista único de Tsakos Sudamericana, razón social de armadores con astillero y diques flotantes (ex Regusci & Voulminot y el que le sucedió, traído de Alemania), y, en el Cerro, propietaria del Estadio Olímpico (ex Parque Nelson) y otros inmuebles que, por comodato, utiliza Rampla Juniors Fútbol Club, e inversionista forestal.
El nuevo propietario asumirá la compleja y onerosa restauración del Hotel Nacional para vender/rentar las oficinas resultantes, reservando espacios para fines culturales comunitarios que el grupo preconiza.

Fernando Caputi (11.2.2008)

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